Hace unos meses comenzamos en Madrid este proyecto de investigación sobre la gordura, y la imposición de la delgadez sobre las mujeres. Queríamos cuestionar ciertos discursos de los que estábamos ya cansadas como: “se trata de un problema de salud” o “si estás gorda es porque quieres” o “es que te falta fuerza de voluntad”. Así iniciamos la investigación con dos enfoques claros: la perspectiva de género y el estudio desde la clase social. Debido al poco tiempo del que disponíamos, la investigación no concluyó, sin embargo, gracias a ella obtuvimos bastante material que considero muy oportuno para el tema que quiero tratar: la imposición de la delgadez como una forma más del patriarcado de ejercer violencia sobre nuestros cuerpos.
Mi punto de partida es que en una sociedad de mercado como la actual, hay cuerpos con menor valor que otros. Como plantea Judith Butler (2002), hay cuerpos que importan y cuerpos que no importan. En este punto es necesario preguntarse cuáles son esos cuerpos que no importan y qué consecuencias tiene esta distinción en la vida de los sujetos que los poseen. Los cuerpos que no importan guardan una estrecha relación con el modelo económico actual, y con el sistema político heteropatriarcal imperante. Y son todos aquellos que no cumplen con la norma: los cuerpos de las mujeres, de los intersexuales, de los discapacitados, los homosexuales, y por supuesto los cuerpos gordos.
Son todos estos cuerpos que no son fácilmente ubicables en el sistema productivo, y que se convierten en un elemento incómodo cuando reclaman un lugar en el entramado social. Todo aquel sujeto no blanco, no trabajador, no heterosexual, no “sano” y no masculino supone en sí un desajuste de la norma.
Históricamente han sido muchos los cuerpos subyacentes, los cuerpos violentados. Si por algo se caracteriza la teoría postmoderna y postcolonial es por poner en relieve que las relaciones de poder se encuentran en todos los lugares y momentos. La esclavitud, el genocidio colonial, el sistema carcelario, el feminicidio, el infanticidio, etc. Son acontecimientos en los que el cuerpo se vuelve víctima de una violencia directa y brutal. Sin embargo con la aparición del discurso neo-liberal es necesario activar las alarmas para detectar la violencia invisible, la interpersonal, la que se oculta bajo un régimen moral y por eso es tan difícil de detectar. La que nos convierte a todos en sujetos expuestos a un régimen de violencia cotidiana. La que se cuela por nuestro televisores y supermercados empapando nuestras relaciones y modos de vida. La que aparece frente al espejo cuando observamos nuestros cuerpos abyectos.Nuestra propia imagen se ha convertido en una poderosa herramienta de odio hacia nuestra condición misma.
Esta violencia tiene la capacidad de permanecer en la sombra generando en quien la padece una sensación de culpa. Ya que no solo no se identifica al agresor, sino que el sistema se articula para que solo aparezca una culpable: la mujer misma. Las últimas responsables de las muertes, violaciones, agresiones, insultos, piropos son las mujeres. Esta misma lógica se aplica también al tema que me interesa: La mujer que no es delgada es culpable, culpable de no cuidarse, de no quererse, de no querer ser bella o de no ser saludable
La violencia adquiere una dimensión estructural y sistemática, ya que no depende de las condiciones morales de cada uno, no podemos hablar de maltratadores o violadores.Es necesario hablar de culturas maltratadoras, violadoras, asesinas, que legitiman con sus instituciones e ideologías la violencia contra el género femenino.
Este último punto es en el que me apoyo para sostener que el cuerpo de las mujeres se ha convertido en un lugar público donde se ejerce una violencia que está en la raíz misma del sistema. El culto al cuerpo y la imposición de la delgadez son una herramienta muy potente del patriarcado para ejercer violencia sobre las mujeres.
Este ideal de belleza se ha convertido en un modelo de salud, lo que ayuda a legitimar un discurso que niega la mayoría de los cuerpos de las mujeres occidentales. La delgadez como modelo de salud debe ser vista como un dispositivo de regulación del cuerpo de las mujeres. Este ideal se impone sobre un contexto de producción alimentaria que encuentra beneficios en dos formas de alimentarse en principio contradictorias: Tenemos que cuidar nuestra alimentación, hacer dietas, comprar alimentos bajos en grasa. Pero a la vez estamos expuestos a una sobreproducción de alimentos ricos en hidratos, azúcares y grasas saturadas.
Las mujeres occidentales nos encontramos ante una contradicción. Esta especie de esquizofrenia sobre los cuerpos femeninos afecta a nuestra salud y autoestima. Y es que nuestros cuerpos no son simples contenedores, son lugares donde se cruzan, dejando un poso, las ideologías y las formas sociales propias del mundo que habitamos.
Que no seamos capaces de ver a los cuerpos gordos como cuerpos tensionados y violentados, se debe a que todavía está muy naturalizada la idea de que lo gordo es insano, y depende de las capacidades personales de cada uno. La delgadez tiene un contenido moral y hoy es parte de nuestra ideología cultural. Se ha naturalizado que la delgadez es lo saludable, que es sinónimo de bien estar y de control personal.
Bajo la imposición del modelo delgado se esconde una regulación del cuerpo femenino por parte de la opinión pública, de los medios, de la industria y de la clínica. Actualmente las mujeres occidentales se encuentran en un terreno movedizo tensionado por un régimen de belleza y cuidado del cuerpo en base a la restricción alimentaria, combinado con un modelo económico neoliberal que se sostiene sobre una industria alimenticia y un modo de vida sedentario cuya consecuencia es la acumulación de grasa. Las nuevas formas de trabajo, el estilo de vida urbano y la forma de producción acaecida tras las revoluciones verdes del s.XX, aumentan las posibilidades de sobrepeso, además de atentar contra los recursos del planeta, y contra la calidad de vida de la mayoría de la población.
Sin embargo, pese a todo esto, hay un consenso generalizado acerca de que la gordura es un mal que erradicar. Incluso para las personas gordas la delgadez sigue siendo lo correcto. Lo que se pone en cuestión cada vez que sale el tema, es cómo erradicar el problema de la gordura, cuando el verdadero problema radica en la imposición de la delgadez como norma. La víctima se considera culpable de su sufrimiento, porque si algo nos quedó claro con la investigación es que las mujeres obesas sufren mucho, y gran parte de ese dolor proviene de sentirse responsables de su obesidad y de su “incapacidad” para controlar su peso.
Es muy importante incidir en que hay un interés económico detrás de todo este aparataje sanitario y mediático, que abarca sectores como la industria alimentaria, la industria farmacéutica y la industria de la moda. Así el cuerpo se ha convertido en un punto de tensión donde convergen distintos poderes económicos sin atender a las repercusiones que esto tiene sobre las vidas de las personas.
Que la gordura se haya convertido en un índice moral es una trampa, porque la gente es gorda o delgada dependiendo de muchos aspectos que no tienen nada que ver con la voluntad personal. La genética, los hábitos, los gustos y o la condición socioeconómica son algunos de ellos. No es casualidad que haya más mujeres obesas entre las clases más bajas. La escasez de ejercicio derivada de la falta de tiempo y de espacios donde realizarlo, los alimentos baratos o el encierro en la cocina son factores fundamentales en el aumento de peso. Las clases con elevado capital cultural y económico, pueden dedicarle mucho más tiempo a la lucha contra la gordura.
La idea de belleza esconde intereses económicos y políticos. Cuando una mujer se convierte en una mercancía, deja de tener voz o tener fuerza para vivir libremente, pero también para luchar por conseguir los derechos que le corresponden, ya que tiene que enfrentarse a una situación violenta como es adecuar su cuerpo al canon de belleza establecido. La imposición de la delgadez como modelo de salud, de belleza y de capital cultural tiene una relación directa con el control y dominación del cuerpo de las mujeres. De ahí que todas las que estamos en la lucha contra la gordofobia repitamos sin parar la frase de Naomi Wolf:
"Una cultura obsesionada con la delgadez femenina no está obsesionada con la belleza de las mujeres. Está obsesionada con la obediencia de estas. La dieta es el sedante político más potente en la historia de las mujeres: una población tranquilamente loca es una población dócil"[1]
Las palabras de Wolf, no hacen sino ilustrar que tras la idea de belleza hay un interés de dominación y control, que afecta directamente a la psique de las mujeres tensionadas frente a un ideal imposible.Esta locura corporal se ha naturalizado tanto que las mujeres nos hemos acostumbrado a estar “tranquilamente locas”, hemos asumido que es normal dedicar una parte importante de nuestro día a pensar que nuestro cuerpo no está bien, que estamos enfermas.
Es largo y amplio el trabajo que queda por hacer, en primer lugar es necesario encontrar herramientas personales que ayuden a las mujeres a respetar sus cuerpos, a empoderarlos y darles un lugar en su vida íntima y en el espacio público, esto es, liberar a nuestros cuerpos de los intereses del capital. También hay que trabajar la cuestión social, tratar el tema desde una perspectiva de clase y género, para desenmascarar las estructuras que se ocultan tras la violencia íntima. Por otro lado es obligado nombrar correctamente los fenómenos para transformar las prácticas. En definitiva, considero que a las mujeres nos queda un largo trabajo de búsqueda de lugares donde nuestros cuerpos desbordantes quepan y sean visibles.
[1] Cita extraída de internet, pertenece al texto The Beauty Myth de Naomi Wolf.